Amén de los desagradables enfrentamientos que se han producido en el blog, esta semana he asistido al milagro de Lázaro, ese de levántate y anda.
Después de una estancia hospitalaria, alguien que había dado por perdida su calidad de vida debido a una dolencia que le impedía dormir, andar o subir una escalera sin que ello no fuera un acto de sufrimiento, ha vuelto a sentir que su cuerpo vuelve a ser en parte lo que era gracias a la neurocirugía. Últimamente estoy que canto loas a la sanidad pública.
Sin embargo, las horas de pasillo en un hospital dan para mucho. Conocí a una mujer de 40 años, editora de una famosa revista para mujeres, que había sufrido un repentino mal del que se había salvado milagrosamente con el extraordinario mérito de no haber visto mermadas sus facultades, algo casi inexplicable para los médicos.
Conocer a esa mujer, un caso que podría ser cualquier otro, verla sobrellevar una situación refugiándose en la ironía para no desesperar, me ha recordado que llevaba ya algún tiempo dándole vueltas a lo del testamento vital.
No es que esté pensando en posicionarme ideológicamente. Por norma general, estoy a favor de todo aquello que suele provocar controversia en la sociedad y que tiene como fin que cada uno pueda elegir qué hace con su vida y con su cuerpo. Si no que estoy pensando en la seria posibilidad de tramitarlo.
Me gusta ser muy cuidadosa con ciertas cosas hasta el punto de que me gustaría tener controlado todo aquello que pueda afectar a mi persona. Tener por seguro que en caso de una mala situación, nadie va a tener la responsabilidad moral de decidir por mí, librar de esa carga a familiares y amigos anticipándome a las circunstancias.
Lo que me frenaba hasta ahora era la idea de tramitar algo sobre lo que no tengo conocimiento real, por lo general tenemos el conocimiento implícito de la muerte, pero ésta no entra en nuestros planes y por eso resulta complejo firmar las condiciones en las que uno no querría seguir viviendo.
Ver a esta mujer me ha hecho ver que la cruda realidad es que no siempre hay una suerte inaudita para todos, que estar en perfectas condiciones hoy no exime a nadie de verse sorprendido y que aunque uno no suela imaginar su muerte como parte de su vida cotidiana, mucho menos imagina quedar en un limbo sanitario y legal en el que poco o nada se pueda hacer.
No creo que el testamento vital tal y como está legislado sea la panacea, pero la realidad es que, por ahora, es el único trámite que nos ampara.
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