No me canso de decir que trabajar de cara al público es un arte. Las sendas del usuario/ ciudadano son inescrutables, nunca dejan de sorprenderte. Por ello, para trabajar de cara al público hay que estar dotado de grandes dosis de paciencia y diplomacia, aceptar las preguntas obvias como grandes dudas de la humanidad, intentar derribar viejas costumbres y pensamientos añejos sin parecer un integrista bibliotecario o no desmoralizarse cuando te pasas el día ejerciendo de brigada cívica...esto no se hace, esto está mal...
Eso quema a unos más que a otros. Los hay encantados con su puesto porque adoran intercomunicarse con el resto del mundo y los hay decididos a ser carne de despacho en cuanto sea posible puesto que bastante tienen con dirigirse a ellos mismos por la buena senda como para hacer lo mismo con una pluralidad indefinida y por lo general, desobediente. No diré en qué lugar me encuentro yo.
Pero hay una cosa curiosa en todo esto y es que mientras ahí fuera en la calle predomina el individualismo y la gente se queja de que ya no se conoce al vecino de escalera, en un puesto de cara al público donde una alta porción de los visitantes son usuarios recurrentes, puedes llegar a saber más de lo querrías de ellos. Ocurre cuando ves a niños que siempre vienen solos o que apenas saben el idioma porque acaban de reagrupar a la familia, cuando una mujer se lleva tres ejemplares de libros que autoayudan a reconocer el maltrato psicológico, cuando alguien viene todos los días a la misma hora para leer la Biblia, El Corán o el suplemento de empleo del Segundamano o se lleva de un golpe tres biografías del Ché y un libro sobre la historia del Comunismo. Lo mismo ocurre con las nuevas tecnologías de la información, donde la pantalla no preserva del todo la intimidad y se adivina perfectamente quien retoca con esmero su curriculum cada semana o amplia su círculo social a través de las páginas de contactos.
Creo sinceramente que en el fondo, todas esas personas se creen anónimas y dan por hecho que los que realizamos las transacciones y estamos omnipresentes en las salas, lo hacemos de forma automática y no relacionamos rostros y lecturas ni sacamos nuestras propias (y obvias) conclusiones.
Eso quema a unos más que a otros. Los hay encantados con su puesto porque adoran intercomunicarse con el resto del mundo y los hay decididos a ser carne de despacho en cuanto sea posible puesto que bastante tienen con dirigirse a ellos mismos por la buena senda como para hacer lo mismo con una pluralidad indefinida y por lo general, desobediente. No diré en qué lugar me encuentro yo.
Pero hay una cosa curiosa en todo esto y es que mientras ahí fuera en la calle predomina el individualismo y la gente se queja de que ya no se conoce al vecino de escalera, en un puesto de cara al público donde una alta porción de los visitantes son usuarios recurrentes, puedes llegar a saber más de lo querrías de ellos. Ocurre cuando ves a niños que siempre vienen solos o que apenas saben el idioma porque acaban de reagrupar a la familia, cuando una mujer se lleva tres ejemplares de libros que autoayudan a reconocer el maltrato psicológico, cuando alguien viene todos los días a la misma hora para leer la Biblia, El Corán o el suplemento de empleo del Segundamano o se lleva de un golpe tres biografías del Ché y un libro sobre la historia del Comunismo. Lo mismo ocurre con las nuevas tecnologías de la información, donde la pantalla no preserva del todo la intimidad y se adivina perfectamente quien retoca con esmero su curriculum cada semana o amplia su círculo social a través de las páginas de contactos.
Creo sinceramente que en el fondo, todas esas personas se creen anónimas y dan por hecho que los que realizamos las transacciones y estamos omnipresentes en las salas, lo hacemos de forma automática y no relacionamos rostros y lecturas ni sacamos nuestras propias (y obvias) conclusiones.
Creo sinceramente, que se sorprenderían de lo mucho que sabemos de ellos sin habernos dirigido apenas la palabra.
5 comentarios:
En ese sentido, por ética profesional, lo ideal sería no almacenar esa información sobre el usuario, porque no es asunto nuestro. Difícil. Muy difícil, pero es nuestro deber como intermediarios de la información, y va en el lote con el curro.
(Y si te paras a pensar, nuestra información "personal" está al alcance de...vete a saber tú cuánta gente. Confías en que la gente será igual de "profesional", pero evidentemente que en muchos casos no es así.
sin parecer un integrista bibliotecario
Querida, pero si eso es lo mejor XD
Pues sí, como digo, la mayoría de las veces no te importa lo que cada cual haga, lea, crea o sufra...pero las lecturas y los hábitos son indicadores absolutamente claros y resulta imposible no hacerse ideas preconcebidas.
Sobre el integrismo bibliotecario, ya sabes que es una ideología que comparto, pero convendras conmigo en que llevarla a rajatabla es absolutamente agotador ;)
Ojalá el resto de colectivos que trabajan con "información sensible" fueran tan discretos como nosotros, no les cuento mis charlas con personal sanitario...
Por lo menos no dan nombres y apellidos, pero detalles... hasta los más íntimos.
llevarla a rajatabla es absolutamente agotador
Ahí está la gracia del asunto, deporte + diversión es la combinación perfecta, ¿no cree? ;)
Comparto tu opinión sobre el personal sanitario...con todo lo que cuentan, mejor no ponerle cara a los detalles truculentos...y mejor no hablar de los trabajadores del sector bancario, que como tengas un conocido en la entidad bancaria donde realices tus gestiones, aunque sea el teleoperador, adiós a la privacidad.
En fin...mientras que la protección de datos sea una mera intención habrá que confiar en el secreto profesional, que ya es mucho confiar...
Queda constituida la plataforma Integrismo bibliotecario como deporte olímpico YA
Integrismo bibliotecario como deporte olímpico YA
¿No lo habíamos llamado frikitecarismo? ;)
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