Seguramente, el género que más he ignorado durante toda mi vida ha sido el cómic, exceptuando a Mafalda, de la que lo he leído absolutamente todo y El Jueves, que me alegra la jornada de trabajo todos los miércoles, mis inmersiones en las historietas gráficas han sido prácticamente nulas.
Durante algunos meses, he ignorado por completo la sección de cómic de la biblioteca, hasta que un día cayó en mis manos un precioso libro llamado El árbol rojo de Shaun Taun, que despertó mi curiosidad. Desde entonces, de vez en cuando indago en la sección con más o menos éxito, obviando, eso sí, el manga, que lo tengo atravesado.
Supongo que la dificultad que tengo para encontrar comics que me enganchen estriba en que no soy buena lectora de ciencia ficción y literatura fantástica, por lo que la oferta se reduce drásticamente. No obstante, he encontrado cosas verdaderamente buenas totalmente recomendables, es el caso de dos comics que he devorado en dos tardes: Pyongyang y Shenzhen de Guy Delisle.
Delisle plasma en ambos libros su traslado durante unos meses a ambas ciudades para llevar a cabo proyectos de animación que las grandes productoras de occidente han deslocalizado a China y Corea del Norte. Es increíble cómo Delisle puede esbozar en una historieta en blanco y negro la férrea realidad de la dictadura norcoreana con todos sus matices y hacerlo con tanto humor. Lo mismo ocurre en su traslado a la monótona y aburrida Shenzhen, en China, donde el choque cultural y lingüístico provoca un montón de situaciones peculiares para un occidental.
Háganme caso, si quieren enterarse de cómo se vive en esa parte del mundo y sacarle la gracia a lo que aparentemente no la tiene, no tienen que complicarse la vida con grandes volúmenes de índole político-histórica, pueden hacerlo con unas viñetas absolutamente brillantes.
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