21 de mayo de 2010 | |

Etapa 6: Portomarín - Palas de Rei


25 kilómetros y tres cuartas partes del trazado volvían a ser cuesta arriba, así que nos pusimos en marcha muy pronto. Con nuestras caras de sueño volvimos a atravesar el río Miño, esta vez para salir de la ciudad.


Teníamos un cielo totalmente gris, amenazando permanentemente con llover, pero también había unos paisajes increíblemente bonitos.
A Noe no se le escaparon algunas instantáneas irrepetibles que sólo se ven cuando uno tiene el privilegio de ir andando y poder pararse a observar tranquilamente.

En esa etapa seguramente Bea y Noe andarían ya por no sé qué estrofa de la canción que hicieron sobre el Camino basándose en el "No puedo vivir sin ti" de Coque Malla que yo no había escuchado nunca y que estos días no paro de tararear...la canción quedó muy chula y las dos tienen mucho mérito.


Llegamos a Palas de Rei al mediodía, un pueblo corriente. Nos habían dicho que había dos albergues en el pueblo, uno muy nuevo, pero que estaba muy lejos del centro del pueblo, que era por donde podías ir a comer o a tomar algo durante toda la tarde y otro en el mismo centro del pueblo que era más viejo y estaba peor. Decidimos ir al del centro y cuando llegamos, nos encontramos a una hospitalera muy antipática. Cuando estábamos a punto de registrarnos vimos salir a una peregrina japonesa a la que ya habíamos visto en otras ocasiones para preguntarle si las únicas duchas que había eran mixtas y sin puerta, la hospitalera le dijo que sí, así que nos miramos y cuando a continuación nos dijo que a esas horas ya no quedaba tampoco agua caliente, decidimos que esa noche también dormíamos en el albergue privado de enfrente.


En el albergue privado dormimos en una habitación de once, pero la habitación era amplia y no estaba mal. La mayoría eran extranjeros y de mediana edad, así que esa noche hubo que tirar de tapones de los oídos de nuevo. Por allí andaba un Steve Urkel inglés que parecía recién salido de Oxford al que volvimos a ver en un bar de Santiago. Un tipo curioso que llevaba en la mochila hasta un antifaz para dormir.


En aquel albergue volvimos a encontrarnos con los jubilados malagueños que nos recomendaron ir a comer a un mesón, pero cuando llegamos a las 4 de la tarde ya no nos dieron de comer, así que buscamos una alternativa. A esas horas ya no sientes ni hambre, aunque si te ponen un plato delante, literalmente devoras.

Por la tarde llovió mucho y apenas salimos del albergue para cenar un sandwich. El resto del tiempo: descanso, internet, unas cervezas y la única porción de tarta de santiago que comí en el camino por puro antojo.

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