Ha sido la mayor nevada que recuerde y lejos del caos que haya podido vivir todo el que tenía que hacer lo posible por llegar a tiempo de fichar esta mañana, yo he podido estar con un ojo a los apuntes y otro a la ventana, disfrutando del panorama cada vez que levantaba la vista del folio, pensando que la última vez que nevó así por aquí era sábado por la noche y nos pilló cenando en El Molar. Cuando salimos del restaurante, salir del pueblo era imposible y la N-I estaba impracticable. Nos aventuramos, teníamos que volver a casa. Sin cadenas, menudos suicidas. Siempre recordaré el momento en el que pasó la máquina quitanieves por el carril de la izquierda echándonos toda la nieve encima. Toda la nieve en el cristal, nos quedamos sin visibilidad y un volantazo instintivo a tiempo nos libró de estamparnos contra la mediana. Yo iba de copiloto y aún no sé cómo lo esquivamos. Increíble pero cierto. Nunca pensé que la función de la máquina quitanieves de hacer transitable la carretera pudiera ser la causa directa de un accidente, pero a punto estuvo.
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