Sábado 21. El Palacio de los deportes lleno hasta la bandera. Convertido en una gran sauna durante media hora de teloneros y dos de horas de concierto, frente a un escenario que, admitámoslo, ha sido la gran inversión de la gira y por sí sólo, ya logra la mitad del show. De la otra mitad del espectáculo que queda, un cuarto lo pone Madrid desde la grada y el resto lo pone él, el niñato que nunca dejará de serlo aunque se haya borrado el tatuaje y lo haya sustituido por una flecha que no sabemos muy bien a dónde apunta, que analizado técnicamente, no despunta en nada, no canta de maravilla, ni actúa bien, pero que tiene para algunos un poderoso don que impera en la industria del artisteo: el morbo. Producto neto de la mercadotecnia que si se aprovecha bien, puede abarcar mucho más que el imperio adolescente.
Los orgullosos herederos de Hombres G, cantan loas entre canción y canción al rock patrio, a Los Ronaldos, a M-Clan y a Pereza. Un ejercicio de coherencia para un grupo musicalmente inferior a alguno de los mencionados (y vocalmente inferior si aludimos a la insuperable voz de Carlos Tarque) pero que ha sabido subirse al carro del merchandising como ninguno y de paso, colman de atenciones y agradecimientos personalísimos a la madre que los parió, novias, amigos y demás congéneres en una mala costumbre que no se les quita con los años y que quedaría feo en cualquier otro grupo, pero que a ellos parece serles útil para aferrarse a esa humildad y normalidad de la que no quieren desprenderse, aunque tengan un pabellón con todo vendido desde 6 meses antes.
Pero para verlo tan claro y opinar así el día después, primero hay que dejarse deslumbrar por los decibelios, chillar los estribillos (inclusive los ripios), alcanzar el delirio en cada pose chula del cantante y meterse en la dinámica que mueve a las masas en los conciertos. En definitiva, nunca es tarde para experimentar el fenómeno fan al borde la treintena.
Los orgullosos herederos de Hombres G, cantan loas entre canción y canción al rock patrio, a Los Ronaldos, a M-Clan y a Pereza. Un ejercicio de coherencia para un grupo musicalmente inferior a alguno de los mencionados (y vocalmente inferior si aludimos a la insuperable voz de Carlos Tarque) pero que ha sabido subirse al carro del merchandising como ninguno y de paso, colman de atenciones y agradecimientos personalísimos a la madre que los parió, novias, amigos y demás congéneres en una mala costumbre que no se les quita con los años y que quedaría feo en cualquier otro grupo, pero que a ellos parece serles útil para aferrarse a esa humildad y normalidad de la que no quieren desprenderse, aunque tengan un pabellón con todo vendido desde 6 meses antes.
Pero para verlo tan claro y opinar así el día después, primero hay que dejarse deslumbrar por los decibelios, chillar los estribillos (inclusive los ripios), alcanzar el delirio en cada pose chula del cantante y meterse en la dinámica que mueve a las masas en los conciertos. En definitiva, nunca es tarde para experimentar el fenómeno fan al borde la treintena.
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