A veces uno no sabe muy bien si lo que ve es fruto de alguna mente rebosante de imaginación o algo que podría ser llevado realmente a cabo por una mente enferma. A veces, tragamos televisión y cine con la tranquilidad de que todo acaba cuando nos levantamos de la butaca y recorremos el camino inverso a casa, como si la violencia, los asesinatos y las noticias truculentas, no existieran en la vida real, sólo en la gran pantalla, en los bajos fondos de las ciudades con skyline.
Cuando una película comienza diciendo que está basada en hechos reales, asumimos que guardará cierta similitud y que estará aderezada con los componentes esenciales para atraer al espectador, porque el cine es eso: entretenimiento, ficción, piezas con las que jugar a contar una historia perfectamente ensamblada. El problema es cuando se da un paso más allá y en vez de hacer una película basada en un hecho real, al espectador se le muestran en el telediario unos hechos y unas personas reales (ciudadanos con nombres y apellidos) que se podría jurar que están sacadas de alguna película.
Un hecho de actualidad me ha inspirado esta reflexión. Si alguien ha visto Plenilunio, la película basada en la novela homónima de Antonio Muñoz Molina, entenderá el paralelismo realidad-ficción que puede llegar a producirse con algunos sucesos. Sólo hay que tomar como ejemplo al presunto asesino de Mari Luz, la niña ovetense y al asesino encarnado por Juan Diego Botto en Plenilunio para tener la sensación de que la realidad muchas veces supera con creces la ficción.
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