Está claro que es mucho más rápido mandar un mensaje multimedia y que da cierta pereza comprar una postal, escribirla y entenderse en algún idioma extraño para comprar un sello. Casi puede ser tildado de pasado de moda, pero el espíritu de la postal que recorre medio mundo hasta llegar a tu casa, no es comparable con nada.
Me he acordado esta mañana al abrir el buzón y toparme con la última y casi única postal del verano. Una bonita estampa de la Catedral de San Basilio de Moscú, uno de esos edificios de cúpulas coloridas que dan ese aspecto único a la Plaza Roja, aunque seguidamente, en el breve texto, el remitente me explica que la postal no se envía desde allí sino desde otra de las paradas del viaje: San Petersburgo, antigua Leningrado.
La nota curiosa la pone el manejo del ruso que ha debido adquirir mi querido amigo para que la postal llegase a su destino. Además no es la primera vez que pone su ingenio a disposición del servicio de correo, puesto que hace años quiso cumplir su promesa de enviarme una postal de Cuba y al no recordar el número de portal en el que vivo, utilizó el espacio para indicarle al cartero dónde se encontraba exactamente, algo así como: Avenida X, nº no me acuerdo, pero es el portal que está entre una agencia de viajes y una tienda de cocinas y en la esquina hay una tienda de frutos secos. Para rizar el rizo, añado que vivo en una avenida que fácilmente tiene 50 números.
Ni qué decir tiene que me quedé perpleja cuando ví que la postal llegó sana y salva a su destino, de hecho, prometí no hablar nunca mal del sistema de correos. He estado buscando esa postal porque, indudablemente, se merecía un post, pero debe ser de esas cosas que uno guarda tan bien, que luego no es capaz de encontrar.
Si alguna vez aparece, prometo mostrarla.
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