El hueco mínimo aún guarda ratos para el cine y para la poesía. Lejos quedan las series y la media de películas ha bajado sustancialmente, aún así, se me amontonan unas cuantas bajo el epígrafe ¡¿no me digas que no has visto la de...?! que últimamente se repite más de lo que quisiera, dejando al descubierto las lagunas que anteriormente podía, mal que bien, disimular. Son los efectos de frecuentar la compañía de un cultureta. Aún así, he visto cosas: Quemar después de leer, a lo Coen, Il y a longtemps que je t'aime, soberbia Kristin Scott Thomas y El niño del pijama de rayas, bonita pero sin llegar a la lágrima para la que suscribe, que no ha leído el libro.
Por otro lado está la poesía. Para disfrutar de ella en profundidad se necesita tiempo y tranquilidad, factores de los que ahora mismo no dispongo, así que sufro en silencio las consecuencias de no estar a la altura en la lectura que precisa Rilke o los simbolistas franceses que vendrán. Aún así, no me doy por vencida y sigo persistiendo en el intento desesperado de adaptarme a las circunstancias.
Como nunca está de más ver lo que la poesía pueda dar de sí en su modalidad escénica, el sábado 25 me fui a ver en compañía de poetas y no poetas a Gracia Iglesias, dentro del ciclo Poesía en escena organizado por el Centro de Estudios de la Poesía de Sanse. Ella misma aporta la crónica en su blog.