4 de septiembre de 2008 | |

Los posos del verano

No es lo mismo...aguardar las vacaciones con unos billetes de avión esperando sobre la mesa que una pila de apuntes. Los miro, los vuelvo a mirar...siguen donde están, papel sobre papel, organizados una y mil veces, mil veces memorizados y otras tantas olvidados.

Abro la agenda. 15 días de tardes libres. Más me vale aprovecharlos bien porque serán la fórmula secreta para aguantar el invierno cuando la vida cultural se reduzca a mínimos, cuando a la salida del trabajo nos reciba la oscuridad y recordemos con nostalgia cómo era aquello de salir a plena luz del día, acercarse a una terraza, alternar con los amigos, pensar, como pensamos los que no paramos, que aún se podía hacer algo para exprimir al máximo el día. En fin, habrá que ir concienciándose de la llegada del invierno y su mala costumbre de anochecer a las seis de la tarde. Aceptarlo, como a los seres queridos, tal y como es.

Podría poner tierra de por medio. No se crean que no lo he pensado. Me tienta repetir el bucle veraniego, acabarlo como comenzó, ser superficial (aún más) y pensar en afianzar el moreno que se está yendo a pasos agigantados o comprar un billete de esos que ofertan por 35€ + tasas, antes que en darle un impulso al régimen local español. Pero ahí están, colocados sobre el estante, la nómina y la letra del banco que me inyectan toda la voluntad que a mí a veces me falla. También, para qué mentir, se vive muy bien en esta falsa independencia de la que luego me cuesta tanto desprenderme.

15 días. Pienso sacarles todo el jugo que me dejen. No dejar sin provecho ni uno de los instantes que no esté dedicado a la actividad sacrificada. No parar. No aburrirme. Rebañar, como se rebaña en la intimidad, el plato que tanto te gusta.

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