24 de marzo de 2011 | |

Escribir

Me gusta abrir de vez en cuando una pequeña rendija y confesar: soy poeta. Me gusta escribir y sobre todo, adoro la sensación de estar inspirada, que el poema sale, que tengo una primera frase con potencia que merece la pena ser continuada, me gusta sobre todas las cosas tener un final redondo, de esos que giran y sorprenden y gracias al cual le doy a "guardar como" y lo releo al día siguiente.

He escrito enfadada, triste, enamorada, desenamorada, frente al ordenador, frente a la hoja en blanco, de cualquier forma y siempre lo he hecho para decir algo que no podía decir de ninguna otra manera, con un espíritu un tanto desesperado o terapéutico para desahogarme como primera causa, para recordarlo tiempo después como segunda y para ser leída por otros de forma muy selectiva siempre como última.

Pero aunque no soy excesivamente prolífica, últimamente mi actividad poética está de capa caída, en barbecho como se suele decir. El traslado, la mezcolanza de sentimientos fue el último buen momento creativo, canalicé muchas emociones por ese camino de la misma forma en que otros buscan otras vías de escape y me quedaron un buen puñado de poemas. Pero una vez ejecutado el paso, agoté el tema, es necesario encontrar otro.

Ahora aguardo sin nada que decir, quién sabe si eso es bueno porque nada convulso me afecta en este momento o malo, porque la tranquilidad del poeta se puede convertir en una necesidad insatisfecha y poco agradable. Es lo que puede denominarse como ansiedad poética.

0 comentarios: