7 de abril de 2011 | |

Slow life

El otro día leía en un artículo un decálogo de diez puntos para no cerrar un blog. Entre otras cosas, un punto básico era la actualización. A veces, uno abre un blog con la sana intención de contar muchas cosas, pero no siempre se tienen muchas cosas que contar, y desde luego, éstas no siempre son interesantes. El caso es que como este blog no tiene un objetivo que le obligue a estar actualizado, ni pretende tener una legión de seguidores que a su vez estén interconectados por facebook y twitter, he decidido conmigo misma que a pesar de la tentación de no sentir nunca más el remordimiento de tener una cosa medio abandonada, este blog no cerrará por el momento. Quizás no hacía falta una explicación, pero era una buena excusa para contar algo.

La realidad es que para tener algo que decir, hace falta tiempo. Tiempo para leer, para contrastar y para desarrollar una opinión. El tiempo es una de esas palabras que más repito en estos días: tengo la sensación de no tener el tiempo suficiente para hacer todas las cosas que querría y eso, en ocasiones, me resulta tremendamente frustrante, ya saben todo aquello de: si tuviera tiempo leería, si tuviera tiempo escribiría, si tuviera tiempo...ay! si tuviera tiempo...y uno ya no sabe si lo malgasta o es que aspira a hacer demasiadas cosas.

Desde el principio de los tiempos no quise echarle la culpa al típico "ahora que me he independizado no tengo tiempo para nada, tengo que hacer muchas más cosas en casa que antes no hacía...", siempre creí en la máxima de que si te organizas, hay tiempo para todo, pero ahora estoy dándole vueltas a que la clave es no ser demasiado ambicioso, no querer abarcar tantas cosas, hacer menos en más tiempo.


La verdad es que no sé de qué voy a poder prescindir o qué es lo que hay que hacer, pero lo que tengo claro es que yo lo que quiero es pertenecer al movimiento slow.

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