Le llamamos para comunicarle que el día 27 se realizará la visita para ver los fallos del piso.
Así empezó todo. Conatos de ilusión, de emoción y también preocupación a raudales. Todo eso cabe en una visita a ver los fallos y la evidencia de que queda muy poco.
El día que me compré el piso creo que no sabía ni lo que hacía: no tenía trabajo fijo ni sabía cuánto tardaría en tenerlo...simplemente pensé que en un par de años, necesitaría una vivienda en mi vida y que las cosas progresarían hacia donde yo deseaba. Los cálculos salieron bien. ¡Menos mal!
Ahora que se acerca el momento, todo se traduce a $$$$$$$. Lo curioso de todo esto es la facilidad con la que nos hipotecamos durante los próximos treinta años de nuestra vida y este enfrentamiento repentino con la cruda realidad que supone saber que el banco va a pasar a tener más dominio sobre ti que tú mismo.
Además he sacado otras conclusiones no menos valiosas: da igual las cuentas que hagas, que estimes en base a el peor de los casos, que hagas números por lo alto...la cantidad siempre será mayor de la esperada cuando eres tú el que tiene que abonarla y menor siempre que te la tienen que abonar a ti...así son los números.
Acojone señores, eso es lo que se me ocurre ahora. Este momento es una mezcla de crisis de madurez porque ya ha llegado el momento de volar, de sensaciones encontradas con respecto a lo que se ha de dejar y a lo que se ha de construir, de hacer números de forma constante hasta tener ganas de mandar la hoja excel a tomar viento fresco y de racionalizar como si estuviéramos en periodo de entreguerras para que todo llegue, para que todo cuadre...
Por eso, a veces no me extraña mi falta de emoción, es que el panorama es tan ambivalente que uno no sabe si reír o llorar.
En todo caso, tengo ganas de entrar por la puerta de esa casa y verla con mis propios ojos. Tengo la esperanza de que en ese momento, se me quiten todos los miedos.