14.45 de un viernes que precede a la Semana Santa. Como este año nos reservamos para las vacaciones peregrinas de mayo vendremos el lunes, pero bueno, lo importante es que estos últimos minutos saben a gloria y que vamos poniendo el mecanismo en off.
Mañana me enfrentaré a la 2ª parte de un curso de Educación Vial y ya por fin me lo quito de encima. Hace unos meses cometí una torpeza y dejé el coche en un carga y descarga durante media horita y cuando volví el coche se lo había llevado la grúa, así que tuve que rescatarlo del depósito municipal y después, esperé pacientemente a que llegara la multa a mi domicilio.
La multa, como es obvio, no se extravió, ni desapareció por ciencia infusa por mucho que así lo deseé, así que cuando la recibí leí en la letra pequeña que podía conmutarla por un curso de educación vial siempre que fuera mi primera multa en ese municipio (para más inri ha sido mi primera multa en diez años como conductora) y que tuviera menos de 30 años. Como la grúa ya fue bastante sangrante, decidí que mi precaria economía no se merecía semejante varapalo, así que decidí optar por este curso y sentirme farruquito por unas horas.
Aunque mi temor era ser la abuela de un curso para quinquis que no se ponen el casco para ir en ciclomotor, la verdad es que la experiencia de la primera parte ha sido bastante distinta, somos más de veinte, creo que la media está en más de veinticinco años y el 80% están allí por exceso de velocidad.
Estos cursos tienen algo para que uno vaya con cierta desgana y pasotismo, pero la realidad es que hay una cosa cierta, sea el rollo que sea, aunque en este caso la verdad es que se refrescan ciertos conocimientos oxidados y se toma algo de conciencia necesaria, el ayuntamiento en cuestión deja de ingresar en sus arcas una cantidad de dinero nada desdeñable, a la vez que paga a un profesional para impartir el curso y pone a su disposición un centro.
Además de pensármelo dos veces la próxima vez que ignore una señal, creo que no hay que dejar de loar ciertas iniciativas.
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