Me viene a la cabeza esto ahora que voy a hablar de Menorca. Aprovecho que he abandonado la isla hace muy poco y que todavía conservo la euforia de la cantidad de detalles desconocidos que me han impresionado. Vengo dispuesta a describir lo que he visto por si alguien acepta un buen consejo y piensa en la isla balear como próximo destino vacacional. Quizás lo ideal sería no caer en la mala costumbre que apuntaba Rafael Reig y llegar a la isla sin ideas preconcebidas. Sólo así se disfrutará como lo he hecho yo, o nosotras, no olvidemos que en esta aventura éramos tres, que hemos empleado todos los superlativos que conocemos a medida que hemos ido recorriendo la isla.
Para entender ciertas cosas hay que saber que Menorca fue declarada reserva de la biosfera por la Unesco en 1993, lo que unido al fervor de sus ciudadanos por proteger a la isla de las hordas turísticas y urbanísticas hace que ni siquiera en la época de mayor afluencia de visitantes se perciba sensación de aglomeraciones ni multitudes, ni en las ciudades, ni en las playas.
Hay mucho por ver. Es imprescindible dedicar jornadas enteras, neverita en mano, a disfrutar de las calas, pero si el tiempo no acompaña o se prefiere otro tipo de turismo, hay muchas cosas que hacer: visitar las ciudades más grandes como Ciudadela y Mahón, con sus casonas, calles estrechas y sus respectivos puertos y también Fornells, en el norte. Hay puntos muy bonitos como Cap de Cavallería junto a Fornells y el punto clave de la isla como reserva de la biosfera: el parque natural Albufera des Grau muy cerca de Mahón. Es imprescindible pasarse un día a cualquier hora por Cova d’en Xoroi en Cala’n Porter, cueva con una bonita leyenda que existe desde tiempos inmemoriales en un acantilado y que según las guías es la discoteca más bonita del mundo, lo que no es ninguna exageración y visitar los monumentos prehistóricos, talayots y taulas repartidos por toda la isla, algo que no hemos podido hacer por falta de tiempo y que queda para una hipotética y deseada vuelta.
Nos fuimos con la recomendación gastronómica de probar el plato por excelencia: la caldereta de langosta, pero su precio, que no está al alcance de cualquier bolsillo nos hizo conformarnos con otras especialidades como el arroz con bogavante y el arroz caldoso a la marinera, más económicos e igualmente excelentes. Gracias a la recomendación de la oficina de turismo, recalamos en las Fiestas de Sant Climent donde probamos la bebida típica: gin amb limón, más comúnmente denominada como “pomada” y pudimos ver el jaleo, la fiesta típica de Menorca, donde se jalea a los caballos de raza menorquina al son de la música y que consiste en increpar al caballo sobre el que va montado un jinete para que se ponga sobre sus patas traseras mientras los mozos intentan sostenerle por la parte delantera el máximo tiempo posible.
Probamos también el queso menorquín, que los restaurantes utilizan en muchísimos platos y al igual que en Mallorca, en Menorca también es típica la ensaimada.
Menorca hay que recorrerla entera de norte a sur y de este a oeste por su única autopista central que une Ciudadela y Mahón y por sus estrechas carreteras secundarias. Los cinco días se nos han quedado un poco cortos, y aunque es difícil estimar el tiempo ideal para disfrutar de la isla que sin lugar a dudas sería un largo período, entre 7 y 10 días sería una buena opción para ver lo imprescindible.
Lo dicho, nos han quedado muchas calas por ver, muchos baños que darnos en esas aguas paradisíacas y muchos paisajes que disfrutar, pero tenemos la sensación de haberle sacado el máximo provecho a cada uno de los días. El regreso es un pensamiento recurrente que empezó a inundarnos antes de tomar el vuelo de vuelta a casa, por lo que deseamos que se cumpla. Mientras tanto, nos recrearemos en los máximos beneficiados de este viaje: nuestros sentidos, porque hay cosas que definitivamente no se pueden expresar, simplemente hay que vivirlas.
0 comentarios:
Publicar un comentario