24 de marzo de 2011 | | 0 comentarios

Escribir

Me gusta abrir de vez en cuando una pequeña rendija y confesar: soy poeta. Me gusta escribir y sobre todo, adoro la sensación de estar inspirada, que el poema sale, que tengo una primera frase con potencia que merece la pena ser continuada, me gusta sobre todas las cosas tener un final redondo, de esos que giran y sorprenden y gracias al cual le doy a "guardar como" y lo releo al día siguiente.

He escrito enfadada, triste, enamorada, desenamorada, frente al ordenador, frente a la hoja en blanco, de cualquier forma y siempre lo he hecho para decir algo que no podía decir de ninguna otra manera, con un espíritu un tanto desesperado o terapéutico para desahogarme como primera causa, para recordarlo tiempo después como segunda y para ser leída por otros de forma muy selectiva siempre como última.

Pero aunque no soy excesivamente prolífica, últimamente mi actividad poética está de capa caída, en barbecho como se suele decir. El traslado, la mezcolanza de sentimientos fue el último buen momento creativo, canalicé muchas emociones por ese camino de la misma forma en que otros buscan otras vías de escape y me quedaron un buen puñado de poemas. Pero una vez ejecutado el paso, agoté el tema, es necesario encontrar otro.

Ahora aguardo sin nada que decir, quién sabe si eso es bueno porque nada convulso me afecta en este momento o malo, porque la tranquilidad del poeta se puede convertir en una necesidad insatisfecha y poco agradable. Es lo que puede denominarse como ansiedad poética.

4 de marzo de 2011 | | 1 comentarios

Wind of changes

Abandono, dejadez, falta de tiempo, desidia, falta de ganas, acumulación de tareas, falta de inspiración...son tantas las palabras y los conceptos que ninguno se ajusta a las circunstancias y a la vez, todos forman parte de este tiempo que ha transcurrido entre el chocolate belga de la anterior entrada y el día de hoy.
Los traslados en el tiempo y el espacio necesitan un tiempo para que te reubiques. Primero fueron las mil y una enfermedades que se fueron sucediendo y después, los exámenes y después...ya no hay después, hay un ahora más tranquilo, más relajado y sobre todo más situado.
Irse de casa es una amalgama indescriptible, una apuesta por el cambio, una necesidad de quemar una etapa y de empezar otra, pero sin embargo, hay veces que los cambios son complicados emocionalmente por lo que implican, por lo que suponen y por las consecuencias que se van descubriendo y ser muy maduro/a no evita que cueste gestionarlos.
Echar de menos, tener nostalgia, ganar en muchos aspectos...al principio la sensación es de estar desorientado...ahora poco a poco, vamos poniendo los pies y sabemos por dónde andamos y nos vamos identificando más con lo que tenemos que con lo que tuvimos, sólo es eso, cuestión de darse un tiempo y un margen para adaptarse a otros lugares, otras distancias y otras compañías.
En todos esos días raros ayuda el chocolate, el calorcito del sofá y el sueño cuando éste es largo y profundo, no pensar en los suspensos y sobre todo, darse tregua, no exigirse...o por lo menos, dejarlo para cuando estemos a pleno rendimiento.
Seguimos al quite, a la espera de un nuevo tema del que hablar.