París es una ciudad maravillosa. Considero que no he viajado mucho, pero sin duda, creo que por algo, es la ciudad más visitada del mundo. No conozco a nadie que no le guste París, a lo sumo, prefieren otra ciudad, pero nadie duda de su importancia.
París es de primeras, lo que todo el mundo sabe: enorme, carísima, inabarcable para el visitante que cuenta con unos pocos días y preciosa. Si además luce el sol y el cielo está despejado, es casi perfecta. Digo casi porque como todas las grandes ciudades, también tiene sus defectos, aunque se le perdonen por la grandeza con la que puede ocultarlos.
Uno de esos defectos es que lo mires por donde lo mires, es una ciudad inaccesible. Soy joven y tengo plena movilidad, pero aún así no he podido dejar de reparar en la inexistencia de monumentos accesibles (excepto la Iglesia de la Madeleine) y en el hecho de que en el metro no existen las escaleras mecánicas salvo en contadísimas estaciones. Es decir, que creo que para ir a París y pateársela, hay que ser relativamente joven, así que no la dejen como viaje de celebración de las bodas de oro y tampoco se les ocurra llevar muchas maletas.
Otra cosa curiosa...yo sabía que París era famosa por sus cafés y restaurantes, pero no sabía que el número era tan exagerado. Además, no hay tascas, son todos elegantísimos, con terrazas acristaladas, mesas y sillas iguales, perfectamente ordenadas, a la misma distancia y con los clientes en hilera, todo el mundo mirando a la calle. Es decir, que tú quedas con tu colega para tomar un café y los dos os ponéis hombro junto a hombro a ver pasar a la gente. Eso es el café parisino por excelencia, luego, como en todos los sitios, hay sitios más pintorescos donde ese orden puede desmantelarse.
Hay pastelerías que parecen joyerías cuyas tartaletas, croissants, macarons y pan au chocolat, te llaman a gritos desde el interior. Sí, yo los he oído cientos de veces, y un par de ellas me arrastraron hacia las profundidades de un mundo maravilloso en el que me quedaría a vivir para la eternidad: perfectas cristaleras, con pastelitos perfectamente apilados y colocados sin romper en ningún caso la armonía de los colores. Sólo por ese detalle he decidido respetar profundamente a los franceses y alabar su buen gusto más allá de la Biblia-Vogue.
En París la diversidad cultural, racial y étnica es un hecho, pero lo que no esperaba era acabar pensando que todos los japoneses que no están en Japón, están en París. Su número es exagerado, así que me imagino que es su destino occidental preferido a fotografiar, porque su principal objetivo ha de ser ése, visto el despliegue tecnológico que atesoran en sus manos. Allá donde haya un japo, habrá una cámara, es un axioma.
París y sus jardines. París y sus puentes. París y sus cementerios...París y un añadido que siempre la hará así de divina. Auguro una serie monográfica parisina en el blog, puesto que habrá que explicar lo visto por partes, antes de que su imagen se vaya alejando en la memoria como los barcos que van atravesando, uno a uno, los puentes del Sena.
París es de primeras, lo que todo el mundo sabe: enorme, carísima, inabarcable para el visitante que cuenta con unos pocos días y preciosa. Si además luce el sol y el cielo está despejado, es casi perfecta. Digo casi porque como todas las grandes ciudades, también tiene sus defectos, aunque se le perdonen por la grandeza con la que puede ocultarlos.
Uno de esos defectos es que lo mires por donde lo mires, es una ciudad inaccesible. Soy joven y tengo plena movilidad, pero aún así no he podido dejar de reparar en la inexistencia de monumentos accesibles (excepto la Iglesia de la Madeleine) y en el hecho de que en el metro no existen las escaleras mecánicas salvo en contadísimas estaciones. Es decir, que creo que para ir a París y pateársela, hay que ser relativamente joven, así que no la dejen como viaje de celebración de las bodas de oro y tampoco se les ocurra llevar muchas maletas.
Otra cosa curiosa...yo sabía que París era famosa por sus cafés y restaurantes, pero no sabía que el número era tan exagerado. Además, no hay tascas, son todos elegantísimos, con terrazas acristaladas, mesas y sillas iguales, perfectamente ordenadas, a la misma distancia y con los clientes en hilera, todo el mundo mirando a la calle. Es decir, que tú quedas con tu colega para tomar un café y los dos os ponéis hombro junto a hombro a ver pasar a la gente. Eso es el café parisino por excelencia, luego, como en todos los sitios, hay sitios más pintorescos donde ese orden puede desmantelarse.
Hay pastelerías que parecen joyerías cuyas tartaletas, croissants, macarons y pan au chocolat, te llaman a gritos desde el interior. Sí, yo los he oído cientos de veces, y un par de ellas me arrastraron hacia las profundidades de un mundo maravilloso en el que me quedaría a vivir para la eternidad: perfectas cristaleras, con pastelitos perfectamente apilados y colocados sin romper en ningún caso la armonía de los colores. Sólo por ese detalle he decidido respetar profundamente a los franceses y alabar su buen gusto más allá de la Biblia-Vogue.
En París la diversidad cultural, racial y étnica es un hecho, pero lo que no esperaba era acabar pensando que todos los japoneses que no están en Japón, están en París. Su número es exagerado, así que me imagino que es su destino occidental preferido a fotografiar, porque su principal objetivo ha de ser ése, visto el despliegue tecnológico que atesoran en sus manos. Allá donde haya un japo, habrá una cámara, es un axioma.
París y sus jardines. París y sus puentes. París y sus cementerios...París y un añadido que siempre la hará así de divina. Auguro una serie monográfica parisina en el blog, puesto que habrá que explicar lo visto por partes, antes de que su imagen se vaya alejando en la memoria como los barcos que van atravesando, uno a uno, los puentes del Sena.
2 comentarios:
Ays... qué viaje tan bonito.
Y qué majas las gentes... sobre todo las viejecillas borrachas.
Mua.
Ah!!! ¿¿pero los croissants franceses no venían solos hasta la mesa de la cocina?? :P
Otra realidad es que uno se pasa 30 años pensando que sabe a lo que sabe un croissant y de repente, tiene que quitarse la venda de los ojos.
Pero dejémonos de croissant, que es mala hora para hablar de ellos...y recalquemos: ¡Qué maravilloso viaje!
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