No tengo perdón, ni siquiera una buena excusa para tener el blog tan abandonado...tanto que ni siquiera he comentado que me iba a Dublín este fin de semana pasado y eso que no puedo evitar dejarme llevar por la emoción de preparar un viaje...pero es que esta vez, ni eso. No preparé nada de nada. Ni itinerarios, ni guías, ni búsquedas en Internet...y es que parece que mis horas de dispersión en el trabajo se han esfumado y ando bastante ocupada en organizarme el grado en la UNED, que ya no es que esté invirtiendo tiempo en estudiar, sino que lo estoy intentando saber cómo funciona la universidad a distancia, a qué temarios me enfrento y qué asignaturas me voy a dejar desde ya para septiembre...un panorama un poco caótico.
Pero bueno, lo importante es que este fin de semana largo lo he pasado en Dublín. La excusa fue un billete baratísimo (Ryanair de nuevo) y que Noelia anda por Galway esta temporada. Así que allá nos fuimos para verla y conocer una ciudad mil veces nombrada, con un encanto difícilmente explicable.
Dublin no tiene una monumentalidad espectacular, más bien es una ciudad abarcable que hay que patear mientras se escucha atentamente su intensa historia. Hay que cruzar sus puentes, andar por las calles en busca de los edificios emblemáticos, adentrarse en sus preciosas y elegantes zonas comerciales y tomar parte de la vida social en los pubs, verdadero corazón irlandés junto con las iglesias.
Tuvimos la suerte de elegir un alojamiento más que asequible en pleno O'Connell bridge, por lo que hemos cruzado los puentes del Río Liffey, el mismo que acercaba los toneles de cerveza Guinnes hacia el mar durante siglos, un millón de veces. Temple bar es el corazón cultural de la ciudad, una calle llena de pubs donde tiene cabida todo un símbolo irlandés: la Guinness, las referencias a U2 y la música en vivo que siempre suena tan bien, aunque no te sepas ni una, al final siempre acabas tarareando el estribillo.
El itinerario fue bastante sencillo pero intenso. El viernes llegamos por la noche y nos fuimos a dar una primera vuelta de reconocimiento por Temple bar. El sábado lo dedicamos a hacer una ruta guiada de 4 horas de duración llevada a cabo por una iniciativa llamada Sansemans New Europe (apunten el enlace porque merece la pena tenerlo a mano) que se dedica a hacer tour guiados de forma gratuita (aunque realmente trabajan por la voluntad) por varias ciudades de Europa, entre ellas Dublín. El guía fue un uruguayo que hablaba por los codos y que sentía pasión por la historia...la mejor ruta guiada que he hecho y la más larga: el Ayuntamiento (punto de partida), el castillo de Dublín, Chrish Church, el antiguo asentamiento vikingo más grande de Europa (ahora bajo el hormigón de un edificio institucional, así que no somos los únicos que tenemos malos políticos), Temple bar, el puente Liffey, O'Connell Street y el Spyre, Trinity College, la Biblioteca y el Museo Nacional y St. Stephen's Green Park.
El sábado por la tarde acabamos callejeando por la ciudad, por Temple bar y finalmente, a refugio en un Starbucks...El tiempo nos respetó el viaje, apenas sacamos el paraguas, pero en cuanto caía la noche en torno a las 4.30 de la tarde, el frío se hacía notar.
El domingo nos fuimos de excursión al condado que está debajo de Dublín: Wicklow, para visitar las montañas y los lagos y ver el pueblo de Glendalough. Los paisajes eran un preciosidad (también lo llaman el jardín de Irlanda) y el guía no calló en toda la excursión. A la vuelta estuvimos paseando por Grafton Street, la zona comercial, hasta llegar a la estatua de la famosa Molly Malone.. Esa misma tarde Noelia debía coger su autobús a Galway, así que volvimos a despedirnos hasta su vuelta en diciembre y nos fuimos a cenar y a beber pintas a su salud.
El lunes regresábamos por la tarde, así que madrugamos y nos dimos un paseíto para visitar la fábrica Guinness, que está a media hora del centro. El edificio con forma de pinta gigante ofrece todo un paseo por este símbolo nacional y al final de la visita te invitan a una pinta en el Gravity bar, con vistas de 360 grados sobre la ciudad de Dublín. Ese día comimos, recogimos las cosas y nos dirigimos al aeropuerto con alguna dificultad a la hora de coger el autobús ya que nos tocó el único irlandés antipático que nos cruzamos durante los tres días, el resto, gente amabilísima.
Así pues, otro objetivo cumplido y al que volvería sin dudarlo a pesar de la mala comida, porque la verdad es que comer medianamente sano en Dublín es una misión bastante complicada. Menos mal que el desayuno era más o menos básico y podíamos tirar de energía a primera hora a pesar del aguachirri que toman por café. Eso sí, pudimos probar un par de tartas que estaban de impresión.
Así que supongo que si el precio de los vuelos se mantiene, Dublín volverá a ser visitado más adelante. Merece la pena.
4 comentarios:
Bueno bueno, eso está muy bien, pero exijo la anécdota del certifor. Cuánto antes!
Cualquiera que sepa que en la punta de la fábrica de Guinness, tomaron una Coca Cola, un Sprite y una media pinta, puede que les retirase la palabra.
En fin...
Alegaré en mi defensa que lo del certifor fue fruto de una confusión idiomática, porque cualquiera sabe que mi nivel de inglés es casi bilingüe :)))
También alegaré en mi defensa que al menos yo me tomé media pinta de Guinness...y en defensa de mis acompañantes diré que si no te gusta la cerveza, la Guinness se atraganta especialmente.
En fin..que no creo que nos encontremos por casualidad en un Oktoberfest...
Uff... muchas alegaciones en su defensa.
Excusatio non petita...
Dublin es espectacular. Cada vez que veo una foto de irlanda me encantan. Hermosos paisajes.
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