15 de agosto de 2011 | | 2 comentarios

Verano low cost 3ª parte: Estocolmo


El gran viaje de este año ha sido a Estocolmo. Una semana completa en tierras suecas, con un billete low cost, alojamiento low cost y un tiempo estupendo que nos ha permitido patear mucho y disfrutar de todas esas horas de luz que tienen los países nórdicos en esta época del año.

Estocolmo es una ciudad asequible para el turista, muy llana, bien comunicada. Si se tiene ganas, se pueden hacer grandes distancias andando. La orientación es un poco complicada debido a que en muchos puntos, si se mira a cualquier lado, uno siempre ve una frontera de agua, y es que esto es debido a que la ciudad está compuesta por 14 islas unidas por más de 50 puentes. Así que lo mejor para el turista es, más que nunca: un mapa.


Estocolmo, capital de Suecia, nos ha sorprendido con un tiempo amable, a ratos caluroso y sólo un día de lluvia y cielos grises que cambian por completo la tonalidad de la ciudad. Como viven sumergidos en un largo invierno, no son muy frecuentes las persianas, así que en verano a uno le aborda una sensación de extrañeza cuando se despierta por la luz y mira el reloj pensando que pronto será la hora de levantarse y la realidad es que está amaneciendo a las 4.30.

Su primer idioma es el sueco, muy difícil de entender para el extranjero que tiene que guiarse por Stortorget, Götgatan, Södermalmstorg y demás lugares imposibles de memorizar para un momento posterior, pero todo tiene solución y la mayoría de la gente se entiende perfectamente en el segundo idioma universal: el inglés. No nos ha hecho falta preguntar mucho, pero el sueco es amable y muy cordial y muy guapo, sobre todo en su género femenino. Constatamos fehacientemente que el mito de la sueca es una realidad y que están dotadas de una genética envidiable.

Para visitar la ciudad, compramos la Stockholm card, una tarjeta turística que incluye la visita a puntos de interés y el transporte, por lo que compensa la inversión siempre y cuando se vayan a visitar muchas cosas, hay de 24, 72 y 120 horas. Entre esas mejores visitas que se pueden hacer hay muchas posibilidades ya que puede varíar según el número de días que se va a estar en la ciudad, pero como imprescindibles diría que no hay que perderse:

El Vasa Museet, un barco naufragado que fue rescatado y que se expone en toda su integridad en un museo hecho a su medida. Es una visita obligada, el museo está muy bien estructurado y la vista imponente del barco es impresionante.

El Stadshuset. El Ayuntamiento y su salón azul donde se celebra cada año la cena en honor a los premiados por el Nobel. Es una visita guiada que merece la pena.

El Museo Nobel. Es sencillo y en su mayor parte interactivo, pero para los que gustamos de tener ese bagaje cultureta es muy interesante ver quién ha sido premiado y por qué.

El Palacio Real. Por su importancia dentro de Gamla Stan, aunque a nosotros ya nos pilló con cierto cansancio y no le dedicamos más tiempo que el imprescindible en recorrer las estancias. Hay un cambio de guardia dos veces al día. Nosotros tuvimos que hacernos a un lado para dejar paso al Porsche impresionante del Príncipe Carlos Felipe de Suecia, que ya es casualidad.

Skansen. Un parque temático, zoológico y de entretenimiento en general. No soy una gran aficionada al mundo animal, pero he de reconocer que es un espacio único, sobre todo si se visita con niños. Además de una parte dedicada a especies animales de todo tipo, también hay una parte dedicada a reproducir la vida tradicional sueca: casas, personajes vestidos con trajes tradicionales que muestran oficios antiguos. Es bastante curioso y bonito.

Kaknastornet/el mirador de Slussen/Skyview. Yo soy muy aficionada a ver la panorámica de las ciudades y en Estocolmo, con esa disposición curiosa de islas comunicadas, es muy conveniente verlo desde arriba para poder apreciarlo en su totalidad. En nuestro viaje sólo subimos a la Kaknastornet, que es la torre de la televisión, desde la cual se ven las islas. En el caso del mirador que hay en Slussen, la panorámica se centra en Gamla Stan, Östermalm y Djugarden. Al Skyview fuimos, pero con tan mala suerte que estaba cerrado, estaba más a las afueras, así que no sé si merece más la pena la panorámica o la atracción en sí, unas esferas de cristal que suben por un edificio con forma de globo.

Además, a nosotros nos dio tiempo a ir a palacio de Drottningholm, un Versalles en tamaño más reducido pero igual de interesante, sobre todo por la visita al Teatro más antiguo del mundo y también cogimos un tren que nos llevó a Uppsala, una ciudad universitaria a 40 minutos al norte de Estocolmo, donde pudimos ver su catedral, la universidad, su castillo rosa y el jardín botánico.

No cabe duda de que además de estas atracciones, museos, etc. El turista tiene que pasear mucho por las islas principales. Gamla Stan se presta a ser pateada de arriba a abajo, su calle principal es Vásterlangatan, hay que pasear por la plaza principal: Stortorget y las calles que hay por detrás en dirección al Palacio Real.

Östermalm me encantó. Es la parte más rica de la ciudad, se nota en los edificios y en su particular milla de oro. Disfruté mucho paseando por sus calles y viendo sus tiendas de ver pero no tocar. Hay un mercado absolutamente fascinante que se llama Östermalm Saluhall por el que merece la pena dar una vuelta sólo por ver los pescados frescos y los productos típicamente nórdicos en todo su esplendor, si se tiene la oportunidad, también se puede comer en alguno de los puestos.

Södermalm, al sur de Gamla y conectado por Slussen, es un barrio que ha resurgido como lugar de moda. Su calle principal es Gotgatan, llena de tiendas, cervecerías, centros comerciales...sin duda es allí donde está el ambiente de Söder. Nuestro alojamiento estaba aquí, un albergue llamado Zinckensdamm, como la parada de metro más próxima. Del lugar sólo decir que era grande, limpio y cumplía con la función esperada, dar alojamiento para el descanso. El viajero ha de saber que aunque pueda llegar a Estocolmo con un billete muy barato gracias a las compañías low cost, el alojamiento es prohibitivo: una habitación con dos literas con baño compartido cuesta aproximadamente 60 euros la noche. Hagan cuentas si la idea es ir a un hotel con una cierta categoría.

Creo que en Suecia he tomado contacto con un país avanzado, que conserva su estado del bienestar. Se nota en los precios, un nivel de vida alto que obliga a que sus ciudadanos tengan unos sueldos acordes y se nota también en ciertas actitudes, la tasa de natalidad es más alta y es un país muy cómodo para viajar con niños o ir con ellos, además de que por lo que yo he observado, lo más común es ver a cada sueca con dos niños, por lo que deduzco que la conciliación de la vida y el trabajo debe ser una quimera hecha realidad. Están muy concienciados con el cuidado del medio ambiente y con la utilización de productos ecológicos. Como tienen poca densidad de población da gusto ir en plena temporada alta y no tener ninguna sensación de agobio ni tener que hacer ninguna cola y por último, tienen ese horario comercial hasta las 6 que hace que uno se plantee por qué en España se trabaja de 9 a 22 horas y no tenemos ni por asomo, esa economía y esa calidad de vida.

Cuando se tomen unas cortas vacaciones, 4 días es suficiente, piensen en Estocolmo.Yo por mi parte lo recomiendo y me voy preparando para la siguiente y última parada del verano low cost, pero para eso todavía hay que esperar hasta el 15 de septiembre.

1 de agosto de 2011 | | 0 comentarios

Burdeos

Verano “de bajo coste”. La hucha vacacional se está repartiendo por diferentes lugares a los que afortunadamente, llegan las compañías con condiciones restrictivas, a saber: maletas enanas, nerviosismo generalizado por si la maleta no cumple las medidas establecidas y no cabe en el “molde” a requerimiento del personal de tierra, asientos estrechos, probabilidad de anulaciones, retrasos y cambios y un vuelo que parece una tómbola por la cantidad de cosas que pretenden venderte, pero por ahora, contentos con la experiencia de que todos los destinos de este verano comiencen en Barajas.

El primer destino fue un vuelo de apenas una hora con destino Burdeos con Easyjet. Allí nos esperaban cinco días con la encantadora familia política que nos agasajó, cuidó y procuró alojamiento mientras nos repartíamos entre celebraciones familiares ingentes y algo de turismo.

Los franceses cortan fatal el jamón y pongo en duda su gusto para dirimir la calidad de una sangría, pero la verdad es que tienen ese punto vitalista, ese amor por la comida y el buen vivir que en poco les diferencia de sus vecinos españoles. La zona se presta a ello: extensiones kilométricas de viñedos, cada uno de ellos con su chatêau correspondiente, diferenciando bien las denominaciones de origen y sobre todo, sacándole partido a la marca Bourdeaux en sus botellas. Por muy simple que parezca, ante ciertos pueblos y parajes, yo sólo podía decir: esto es…muy francés…siendo ese francés un calificativo sumamente positivo.

Dentro del marco general de la zona destaco tres cosas: Saint Emilion, la torre de Montaigne y Burdeos. Saint Emilion y su difícil pronunciación para una negada en el idioma galo, es un pueblo delicioso entre viñas, con una impresionante iglesia monolítica y un fervor único por el vino. El paseo por el pueblo y sus callejuelas es digno de aprecio y las tiendas-bodegas donde puede comprarse el vino son de absoluto diseño, con un cuidado de la estética bien enfocada al turista que llega con el bolsillo lleno o una visa oro. Ya que la botella se nos quedaba fuera de alcance, al menos no nos fuimos de allí sin tomarnos una copita de vino.

Atravesando pueblos, donde la envidia es una de esas casitas de una sola planta con un inmenso jardín, llegamos a la torre de Montaigne, rodeada por un jardín con un paseo central flanqueado por árboles. Montaigne pasó aquí su vida, ahí tenía su lugar de descanso y de trabajo, interesantísimas son las anotaciones que él mismo ejecutó en los techos de su despacho. Un entorno precioso, en el que hay que destacar la “vivienda” que había junto a la torre y que corresponde a un particular que a buen seguro debe tener una cuenta corriente bien saneada y algún título nobiliario para cuidar semejante palacio.

Por último, la ciudad que se ha ganado un nombre gracias a la fama de sus vinos que empezaron siendo de consumo propio y acabaron siendo aclamados de forma internacional: Burdeos. Me comentaron que en esta ciudad viven las grandes familias ricas que tienen viñedos en Saint Emilion y por ello, no extraña que sea ésta una ciudad señorial, con todos sus edificios muy parecidos con sus típicos tejados alineados y lisos, con algunas grandes construcciones neoclásicas que nos trajeron reminiscencias de París. La orilla del Garona ofrece una bonita panorámica de Burdeos y la calle Sainte Catherine, la avenida comercial más larga de Francia y una de las más largas de Europa, es una vía de varios kilómetros de gente y comercio, merece la pena verla desde alguno de sus puntos más altos para apreciar la longitud y la multitud.

Alrededor de ella, un barrio donde se concentra el encanto de los bares y rincones donde podemos encontrar que un antiguo garaje que ahora es un cine, es la plaza donde se concentran los estudiantes “burgueses e intelectuales” de la ciudad, o lo que podríamos definir como los gafapastas de aquí.

Una curiosidad es la catedral con su torre separada, el suelo no ofrecía una estabilidad que asegurara que la torre no fuera a derruirse, así que nos encontramos el campanario construido a varios metros. A cada paso podemos encontrarnos la constatación de que Burdeos también es una importante ciudad de paso del Camino de Santiago.

Se nos quedó corta la visita a Burdeos, pero como intuimos que habrá próxima vez, para entonces se queda un paseo más extenso y sobre todo, disfrutar del trayecto de los tranvías desde la terraza de un café mientras nos tomamos un vino…de Burdeos, por supuesto.

El final de julio lo disfruté en la playa que acostumbro a visitar sin falta desde hace más de 20 años, con un tiempo regulero y casi raro para esta época, pero hice lo que más me gusta hacer allí, tirarme en la arena mañana y tarde y desconectar.

El verano low cost no acaba aquí, la siguiente crónica: Estocolmo.