Volver a Italia siempre es un placer, así que los cuatro días que hemos pasado en Bolonia y Verona han sido una forma estupenda de cerrar la carpeta vacacional y meternos de lleno en el nuevo curso que comienza cada septiembre.
Mis anteriores viajes por Italia han cubierto una parte de este país, pero es un sitio con tantas cosas por ver, que cualquier zona merece una visita. Conozco las ciudades principales, las apabullantes Roma y Venecia, lugares que tengo claro que he de revisitar alguna vez más en los próximos años y conozco también esa parte encantadora de Italia que es la Toscana gracias a un viaje que hicimos unas amigas en el que recorrimos las extensiones de viñedos parando en esos pueblos que nunca se olvidan: Lucca, Montepulciano, San Gimignano, Florencia por segunda vez de nuevo, Pisa...
Bajo la premisa de que Italia siempre merece la pena, aterrizamos en Bolonia un jueves con la idea preconcebida de una ciudad universitaria, con ambiente, con uno de los mayores cascos históricos de Europa y con el encanto único que le otorgan sus omnipresentes pórticos...y no defrauda. Lo bueno de esta ciudad es que es muy abarcable y lo mismo puede verse en una visita rápida de un día o también puede ser disfrutada de forma más detenida.
El recorrido turístico pasa por las dos torres, de las cuales, solo puede llegarse a lo más alto de la Asinelli, eso sí, la subida no es cosa fácil, pero la visión desde lo alto es imprescindible para valorar la ciudad roja que queda a nuestros pies. La plaza maggiore, lugar donde se concentran los palacios, el ayuntamiento y la catedral. En un lado también está la plaza de Neptuno, allí donde puede encontrarse uno de los sette segreti de la ciudad.
El misterio, por tanto, es recorrer la ciudad y perderse bajo sus pórticos, visitar el barrio judío y si hay tiempo y sobre todo, ganas, se puede subir al Santuario de la Madonna della madonna di Luca, situado en una colina de la ciudad al que se llega a través de un camino que empieza en porta Saragossa y, he aquí lo curioso, está totalmente porticado y consta de 666 arcos. Las leyendas dicen que al traspasar el último arco puede pedirse un deseo y nosotros damos fe de que el camino se hace lo suficientemente duro como para merecer pedir un deseo si se llega hasta allí andando.
Italia y su gastronomía son en sí todo un mundo. Hay lugares donde uno sabe perfectamente que no va a pasar hambre y éste es un caso...de hecho, ocurre lo contrario, por lo general, uno sabe que volverá con mala conciencia de lo mucho que ha comido. De esta zona hay que destacar un tópico: el estupendo helado italiano, así como una comida y una costumbre. La comida: los tortellini, concretamente los típicos de Bolonia, los tortellini in brodo, con caldo de gallina, sencillamente deliciosos y la costumbre: el aperitivo. A partir de las 6 de la tarde es costumbre en casi todos los bares, que con la consumición, el cliente acceda a un pequeño buffet en el que podrá comer lo que quiera. La consumición puede ser más cara de lo habitual, pero contando con que uno puede acabar cenando de picoteo, compensa de sobra.
En Verona la visita fue más apresurada. Tomamos el tren regional desde la estación central de Bologna hacia Verona, situada a hora y media en la región del Véneto. Al ser sábado había mucho ambiente, muchas excursiones y mucho turismo, pero a pesar de ello, recorrimos su casco con aire medieval, entramos en su anfiteatro, llegamos hasta el puente de piedra donde pudimos ver el meandro del río Adigio y nos fuimos encontrando sin querer con los pasos de Shakespeare, porque Verona es ante todo, Romeo y Julieta.
El balcón es una de esas cosas que no dejan de ser legendarias y que por ello, uno no quiere irse sin verlo con sus propios ojos, pero la realidad dista a veces mucho de ser como la imaginamos. Las hordas turísticas hacen que lugares como éste pierdan mucho encanto, sobre todo por el llamado "callejón de los enamorados" que da al patio de la casa de Julieta y que está lleno de pintadas y de chicles que lo han convertido en un lugar simplemente asqueroso. Supongo que ante las malas costumbres poco puede hacer un organismo que se dedique a salvaguardar el patrimonio, pero desde luego, yo hubiera puesto un centinela con tal de que la puerta de entrada al monumento no desmereciera tanto.
Hasta aquí la crónica italiana. Oficialmente damos por cerrada la temporada veraniega. A ver si el año que viene el balance viajero es tan bueno como éste.