Frente a la estadística de días normales que tiene la vida, hay momentos que marcan un antes y un después y, sin duda, uno de esos días es el aquel en el que sales de casa con la intención de quemar una etapa.
En estos días me estoy trasladando de casa y estoy experimentando un montón de sentimientos encontrados, por un lado, uno no deja de sentir que ha llegado el momento, que como me dijo alguien el otro día abandonas tu casa pero vas a vivir tu vida, aquella en la que se acabaron las comodidades del todo hecho, pero que también pasa a ser tu territorio, tu feudo, con lo bueno y lo malo que eso conlleva.
Pero eso no evita que haya una nostalgia que te hace mirar atrás, añorar como nunca la habitación que abandonas y que para ti ha constituido el mundo entero, la casa en la que has crecido con tus hermanos y con tus padres. Ser la pequeña te hace decir adiós y mirar de reojo al que se queda, que sabe que la vida es así, pero eso tampoco evita la tristeza del nido vacío.
Pero al fin y al cabo...independencia y sobre todo...convivencia. Un nuevo compañero, unas nuevas costumbres y todo eso que cada cual te aconseja para la ocasión: paciencia, negociación, saber ceder y todas esas cosas que hay que poner en la base para que el resto del pastel no se tambalee.
Vamos a hacerlo lo mejor que podamos y vamos a intentar, sobre todo, ser felices en esta nueva etapa.