14 de junio de 2010 | |

El hombre pálido

Este año volví a la Feria del libro y lo hice un día concreto, con una intención concreta: acudir a una caseta para conseguir la firma de un autor.

Lo que puede parecer lo más normal del mundo para cualquier aficionado a la lectura, esta vez tenía una connotación personal. El lector había sido antes alumno y el autor, había sido antes profesor.

Alguna vez he mencionado lo grato que resultó para mí tener un profesor de literatura que me permitió seguir buscando ese algo que sólo tienen algunos libros. Entre el marasmo universitario, recuerdo especialmente a un docente y prueba de ello es que no haya podido reprimir hablar de él en alguna ocasión en este mismo blog.

La suerte hace que este hombre alternara la escritura con la docencia durante algún tiempo con relativo éxito, la mala suerte hace que haya podido encontrarle gracias a sus apariciones en algunos medios con motivo de una obra que está escrita desde la experiencia personal de un enfermo renal que ha convivido desde los 21 años con un riñón trasplantado y que ahora está a la espera de un nuevo trasplante mientras mantiene rutinarias sesiones de diálisis.

Tal y como anunciaba a algunos compañeros de aquellos tiempos, el profesor admirado no me recordaba, aunque tal y como también predije, sí que reconoció a otro alumno suyo que me acompañaba y que tuvo el detalle de regalarme el libro (muchas gracias Ismael). Charlamos un rato de los viejos tiempos de clase, de su estado actual, del libro y me llevé la dedicatoria que tanto deseaba.

Aprovechando que al día siguiente viajaba a Alicante, me llevé como lectura esa joya que se llama Diario del hombre pálido y literalmente lo devoré en tres jornadas de arena. Personal, escrito con un lenguaje espléndido, el diario es una muestra de sinceridad, de honestidad que consigue introducirte en el sentir de un enfermo asombrósamente lúcido con el problema que arrastra y la situación a la que tiene que hacer frente.

Acabé la carrera sin poder decir mucho de mi profesor, la distancia que se establece no da para saber mucho más que la ropa que llevaba ese día o si la clase fue más o menos amena o edificante. Poco sabemos de algunas personas a las que sin embargo, admiramos desde el silencio y desde la invisibilidad de una alumna que, como en mi caso, ni siquiera es recordada.

Ahora sin embargo, sé algo más de Juan Gracia Armendáriz y puedo completar esa idea borrosa con algunos toques entresacados del libro. No saben cuánto me alegro de ello.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Prometo que ya no me olvido, gracias por tu generoso comentario.
Un abrazo,
Juan